La Reunión
El director general entró en la sala con paso firme. Su traje impecable, su corbata ajustada con precisión. Se sentó en la cabecera de la mesa de juntas y cruzó los dedos sobre la mesa de madera oscura. A su alrededor, los gerentes de área y el equipo de prevención de riesgos laborales esperaban en silencio.
—La seguridad es nuestra prioridad. Nada es más importante que la integridad de nuestra gente.
El técnico de PRL escuchó la frase con expresión neutra. La había oído tantas veces que ya no significaba nada. Como un mantra repetido sin convicción.
—Pero… —continuó el director, haciendo una pausa medida— también debemos ser realistas. La producción no puede detenerse. No podemos permitirnos retrasos.
El gerente de operaciones asintió con aprobación. El de logística también. El de recursos humanos mantuvo la vista baja, jugando con el bolígrafo.
El técnico de PRL sintió un nudo en el estómago. Llevaban semanas, meses incluso, alertando sobre el problema en la línea 5. Un fallo en el procedimiento de bloqueo y etiquetado. Un fallo que ya había causado accidentes en otras empresas.
Tomó aire y habló con voz controlada.
—Señor, el análisis de riesgos es claro. Si seguimos operando sin corregir este problema, es solo cuestión de tiempo antes de que alguien salga herido. Por no hablar del mensaje que se transmite a los operarios.
El director lo miró con expresión impasible.
—¿Qué propones?
El técnico no dudó.
—Necesitamos detener la línea de producción 3 horas en cada turno. Es el tiempo que necesitamos para implementar correctamente los procedimientos y formar a los operarios.
Silencio.
El gerente de producción se inclinó hacia adelante.
—Eso nos haría perder al menos 500.000 euros en entregas retrasadas.
—Pero evitaría un accidente grave —replicó el técnico.
El director tamborileó los dedos sobre la mesa.
—¿No hay una alternativa menos drástica?
La pregunta de siempre. La misma que le habían hecho cada vez que proponía una medida de seguridad que implicaba tiempo, dinero o esfuerzo.
—Si no actuamos ahora —dijo el técnico con tono más serio—, estamos aceptando el riesgo de que alguien termine en el hospital. O peor.
El director suspiró y miró al gerente de producción.
—Hagamos lo necesario, pero con el menor impacto posible.
El técnico de PRL sintió la misma frustración de siempre. No había un "menor impacto posible". O se arreglaba bien, o no se arreglaba.
Pero la reunión terminó ahí.
Una semana después
Eran las seis de la mañana cuando sonó su teléfono. Una llamada de la fábrica.
Atendió con un mal presentimiento.
—Ha habido un accidente.
No necesitó más.
Llegó a la planta en menos de veinte minutos.
La ambulancia estaba allí. También la policía. Varios trabajadores estaban agrupados en silencio cerca de la línea 5. Algunos miraban el suelo. Otros hablaban en voz baja.
Era exactamente lo que había advertido.
Un operario, sin la formación actualizada, había intentado reparar un atasco en la maquinaria sin desactivar completamente el sistema. No tenía la certeza de que la línea estuviera apagada. Y no lo estaba.
La máquina arrancó de golpe.
El hombre perdió la mano.
Las Repercusiones
Los días siguientes fueron un caos. Investigaciones, reportes, entrevistas con inspectores. ¿Cómo había ocurrido? ¿Por qué no se habían tomado medidas antes? ¿Por qué no se había parado la producción para corregir el problema?
El técnico de PRL asistió a todas esas reuniones con una mezcla de furia y agotamiento.
Él lo había advertido.
Él lo había dicho en la reunión.
Él había insistido en que era cuestión de tiempo.
Pero en esa sala, en ese despacho alfombrado donde se discutían cifras y plazos, nadie lo había escuchado de verdad.
Dos días después, hubo otra reunión con la directiva. Esta vez, el ambiente era diferente.
—Lo que ha pasado es lamentable —dijo el director con un tono que intentaba sonar solemne—. Pero hay que ver el contexto. No podemos culparnos a nosotros mismos por cada accidente que ocurre.
El técnico apretó los puños bajo la mesa.
—Podemos culparnos cuando sabíamos que podía ocurrir y decidimos no hacer nada.
El director lo miró fijamente.
—Hicimos lo mejor que pudimos dadas las circunstancias.
El técnico se inclinó hacia adelante.
—No. No lo hicimos. Decidimos no hacer lo necesario porque era inconveniente. Porque era costoso. Y ahora alguien pagó el precio con su sangre. Por no mencionar que el coste económico va a ser también muchísimo mayor.
Silencio absoluto.
El gerente de producción evitaba su mirada. Recursos Humanos jugueteaba con su bolígrafo. Nadie quería admitir que habían tomado la decisión equivocada.
—Aprenderemos de esto —dijo finalmente el director—. Y tomaremos medidas para que no vuelva a ocurrir.
El técnico exhaló una risa amarga.
—Hasta la próxima vez que sea inconveniente, ¿verdad?
Se levantó y salió de la sala.
Conclusión
Esa historia no es única. Pasa todos los días en empresas de todo el mundo.
Cada vez que un líder pone la productividad por encima de la seguridad. Cada vez que se minimiza un riesgo porque "nunca ha pasado nada". Cada vez que un técnico de PRL da la voz de alarma y es ignorado.
La seguridad no es una prioridad hasta que se convierte en un problema.
Pero entonces, ya es demasiado tarde.
Las palabras no construyen una cultura de seguridad. Las decisiones sí.